La Quena de Oro: Un Tesoro Escondido en los Andes

La-Quena-de-Oro

En las majestuosas tierras de Huánuco, cerca de la enigmática laguna Lauricocha, se celebraba una espléndida boda que unía a dos familias del pueblo en un alegre banquete. Los vecinos del lugar asistían con sus mejores ropas, entre risas y canciones, mientras las mesas rebosaban de trucha salada, carne de pato, quinua y chicha de jora. Todo era júbilo y celebración hasta que apareció un anciano con harapos y pasos vacilantes, quien se acercó al banquete con humildad.

El jefe del pueblo, enojado por la presencia del extraño, le increpó sin disimulo:

—¿Quién te ha invitado al banquete de bodas de mi hijo?

El anciano, con una voz suave, pero firme, respondió:

—Nadie, señor. Solo busco un poco de agua y algo de comida para mitigar mi hambre.

El anciano, ignorado y despreciado, estuvo a punto de marcharse cuando una voz compasiva se alzó entre la multitud. Era Áureo, el ganadero más humilde del pueblo, quien, con generosidad, lo invitó a su hogar.

—No se marche, buen hombre. En mi casa tengo unas papas y un poco de agua que puedo compartir con usted.

Áureo no solo ofreció alimento, sino que también le dio al anciano ropa limpia y un lugar donde descansar por el tiempo que necesitara. A la mañana siguiente, algo sorprendente sucedió: al amanecer, el anciano irradiaba una luz tan deslumbrante que Áureo apenas podía mirarlo.

—Soy Inti, tu padre Sol —le confesó el anciano, revelando su verdadera identidad—. Me disfrazo de mendigo para conocer el corazón de mis hijos. Tú, Áureo, eres noble y generoso. Por ello, te otorgo este regalo especial, una quena de oro. Sopla en ella y obtendrás lo que tu corazón desee.

Antes de que Áureo pudiera agradecer, el dios Sol había desaparecido, dejando en sus manos la misteriosa quena dorada. Asombrado, el humilde ganadero probó su nuevo tesoro. Cerró los ojos, pensó en algunos corderos, y al soplar la quena, un corral repleto de diez ovejas y diez carneros apareció de inmediato.

¡Qué maravilla! —exclamó Áureo—. Ahora necesito pasto para alimentar a estos animales.

Sopló de nuevo la quena, y ante sus ojos se extendió un vasto y verde pastizal, perfecto para su ganado. La prosperidad del humilde ganadero comenzó a despertar la curiosidad de los vecinos. Nadie podía entender cómo Áureo, quien siempre había sido pobre, de pronto contaba con un hermoso rebaño y campos llenos de pasto. El jefe del pueblo, desconfiado y envidioso, decidió averiguar la verdad. Espiando a Áureo, escuchó cuando el ganadero decía:

Padre Inti, mi dios Sol, ahora necesito agua fresca para mi ganado. Y al soplar la quena una vez más, una cristalina laguna surgió en medio del pastizal. El jefe, embelesado por el poder de la quena, ideó un plan para arrebatársela. Convencido de que podía obtener grandes riquezas, se acercó a Áureo con una sonrisa falsa.

Áureo, como jefe del pueblo, debo velar por el bienestar de todos —dijo el jefe—. Dame esa quena, y con ella haré que todos en el pueblo sean ricos y prósperos.

Áureo, siempre generoso y agradecido por lo que ya poseía, no dudó en entregarle la quena de oro. Sin embargo, el jefe, cegado por la ambición, apenas tomó el instrumento comenzó a soplar con avidez, pidiendo palacios, oro y riquezas incontables. Pero, por más que soplaba y deseaba, nada sucedió. Frustrado y avergonzado, el jefe se retiró sin comprender por qué la quena no respondía a su codicia.

Desde entonces, cuenta la leyenda que Áureo, comprendiendo el valor y la lección que le había dejado el dios Sol, escondió la quena de oro en algún rincón secreto de Huánuco, para protegerla de quienes solo quisieran usarla por ambición. Sus descendientes aún la buscan, sabiendo que solo una persona con un corazón generoso y bondadoso podrá hacer que la quena de oro vuelva a sonar y cumplir sus deseos, cuando el dios Inti lo considere apropiado.

Y así, en el mágico paisaje andino, permanece la historia de la quena de oro, aguardando al próximo elegido que, guiado por la generosidad y el respeto a los regalos de la naturaleza, se haga merecedor de sus dones.