Hace mucho tiempo, la Esfinge acechaba desde una enorme roca que dominaba el camino a Tebas. Este temible monstruo tenía alas de águila, un rostro y pecho femeninos, y un cuerpo similar al de un feroz león. Durante el día y la noche, permanecía alerta en el monte Citerón, esperando a los viajeros. Al verlos, les planteaba un enigma; aquellos que no lograban responder correctamente eran devorados al instante.
Las víctimas de la Esfinge eran innumerables, y la ciudad de Tebas, junto con sus alrededores, se encontraban en ruinas debido a este castigo, impuesto por la diosa Hera como represalia por la negligencia en sus sacrificios. Nadie había conseguido descifrar los enigmas del monstruo, lo que convertía el paso por Citerón en una sentencia de muerte segura.
Un día, el rey Creonte de Tebas, hermano de Yocasta, decidió acabar con esta tragedia. Anunció que ofrecería la mano de su hermana Yocasta, viuda del rey Layo, a quien lograra liberar a la ciudad del terror de la Esfinge.
En ese momento, el famoso Edipo, hijo de Layo y Yocasta, estaba cerca de Tebas. Al enterarse del edicto, decidió intentar la arriesgada acción sin saber que la reina Yocasta era su madre. Armado con una lanza, Edipo se enfrentó desafiante a la Esfinge en la roca fatal.
—¡Intrépido forastero! —rugió la Esfinge con su voz grave—. ¡Detente y escucha! Tengo un enigma para ti: ¿Qué animal camina en cuatro patas por la mañana, en dos patas al mediodía y en tres patas por la noche?
Edipo reflexionó por un momento y, con una sonrisa de triunfo, respondió: —El animal es el hombre. De niño, en la mañana de su vida, gatea en manos y pies; en la adultez, durante el mediodía de su existencia, camina en dos pies; y en la vejez, al caer la noche de su vida, se apoya en un bastón, que actúa como su tercer apoyo.
Edipo había resuelto el enigma. La Esfinge, furiosa al ver que su acertijo había sido descifrado por primera vez, se lanzó desde lo alto del monte Citerón y se mató, convirtiéndose en una estatua de piedra.
El pueblo de Tebas, liberado del monstruoso azote por un extranjero, celebró grandes fiestas en su honor y exigió que se le otorgara el trono y la mano de la reina Yocasta. Así, Edipo entró triunfante en la ciudad de las Siete Puertas, y, como el destino lo había previsto, se convirtió en el esposo de su propia madre.