En lo más alto de los Andes, donde los glaciares se abrazan con las nubes y el viento susurra cuentos de épocas pasadas, nace una leyenda cautivadora: la del Ukuku, el mítico guardián de las nieves y los glaciares. Esta figura singular, también conocida como Pablucha o Ukumare, surge de una unión prodigiosa entre un inmenso oso y una mujer de belleza y sabiduría inigualables. El resultado de esta fusión es un ser con una mezcla única de características humanas y animales, dotado de fuerza sobrehumana y habilidades extraordinarias.
El Ukuku, desde su niñez, creció en las montañas andinas, enfrentando pruebas que templaron su cuerpo y su alma. Con el tiempo, su profunda conexión con el mundo espiritual le valieron el reconocimiento de los dioses andinos, quienes le confiaron una misión sagrada: ser el protector de los glaciares y velar por el bienestar de las comunidades en las tierras bajas.
Cada año, en el solsticio de invierno, el Ukuku inicia un viaje épico desde los glaciares más distantes. Con su enorme fuerza, recoge un bloque de hielo glaciar cargado con las energías puras de los antiguos espíritus de la montaña. En una ceremonia llena de misterio y respeto, transporta el hielo a través de paisajes helados y tormentosos, enfrentándose a innumerables obstáculos para entregarlo a los pueblos.
Este hielo no es simplemente escarcha; es un símbolo de prosperidad y vida, trayendo la bendición de los dioses, asegurando buenas cosechas y protegiendo a la gente de enfermedades y calamidades. Los habitantes de los pueblos reciben con ansias la llegada del Ukuku, celebrando su llegada con festivales y ofrendas en agradecimiento por su sacrificio y dedicación.
En el sur de Cuzco, Perú, la figura del Ukuku toma vida durante la fiesta del Señor de Quyllurit’i. Este evento es un festival donde los Ukukus, vestidos con trajes que simulan la piel del oso y portando largas máscaras blancas, se mezclan con otras comparsas de bailarines de diversas comunidades. Durante cuatro días, los Ukukus bailan sin cesar, ayudando a mantener el orden y asistir a los peregrinos en el arduo ascenso hacia el santuario.
La fiesta se celebra días antes del Corpus Christi, durante la luna llena, cuando miles de peregrinos y comparsas de bailarines ascendiendo lentamente por la ruta hacia el santuario del Señor de Quyllurit’i, ubicado a 4.600 metros de altura, se cree que fue un antiguo observatorio inkaico. La tradición sostiene que la reaparición de las Pléyades en el cielo marcaba el inicio de una época de abundancia y producción.
La leyenda cristiana relata que en el siglo XVIII, el Niño Jesús se reveló a un pastorcito llamado Mariano Maita. Cuando el obispo de Cuzco quiso confirmar el suceso, Jesús, bajo el nombre de Manuel, se le apareció en la nieve, vestido de blanco y rodeado de una luz resplandeciente. Sin embargo, cuando el obispo intentó tocarlo, Jesús se transformó en un arbusto típico de la región, el tayanka, con una figura de Cristo crucificado colgando de su tronco.
Tras su muerte repentina, Mariano Maita fue sepultado bajo la roca donde su amigo Manuel se había mostrado por última vez. La devoción hacia el lugar llevó a la construcción de una capilla alrededor de la piedra, en la cual se pintó la imagen de Cristo crucificado. Así nació el santuario del Señor de Quyllurit’i. Hoy en día, una réplica de esta cruz se venera en el pueblo de Tayancani. Cada año, se lleva la cruz hasta Quyllurit’i para la fiesta y luego se regresa a su santuario durante el arduo peregrinaje.
La misión última de los Ukukus es encontrar la mítica Estrella de las Nieves, enterrada en el corazón de la montaña a 6.362 metros de altura. Durante el festival, los Ukukus y sus compañeros realizan una danza ritual, enfrentándose al frío extremo y a los peligros de la montaña. Su rol no termina con el baile; también participan en la procesión de regreso, caminando 24 horas por la alta montaña, siempre bailando, para devolver al Señor de Tayancani y a la Virgen Dolorosa a su santuario.
El camino está lleno de desafíos, incluyendo la presencia de los temidos Kukuchis, almas errantes que asustan a los peregrinos. Sin embargo, los Ukukus deben mantener la fe y el calor en medio de la noche helada y el viento fuerte. Al llegar al punto más alto, esperan el amanecer en una fila de más de un kilómetro, esperando el momento de la ceremonia de Inti Alabado, (Inti es el dios solar de la antigua cultura inca. Es adorado como el protector nacional del imperio Inca), cuando el sol toca a cada peregrino en señal de adoración.
Para los Ukukus, esta experiencia es transformadora. Vestirse con el traje de lana es como ponerse una armadura mágica que abre a vivencias inimaginables. La danza sobre el hielo bajo la luna llena y la conexión con la naturaleza y la espiritualidad andina hacen de este ritual algo único. La espiritualidad andina y el cristianismo se han entrelazado.
La leyenda del Ukuku sigue siendo un poderoso recordatorio de la conexión sagrada entre la humanidad y la naturaleza, y de la importancia de proteger y respetar los elementos que garantizan la vida y la prosperidad en los Andes.