Gessen, el monje conocido como «el monje avaro» debido a su costumbre de fijar altos precios por sus pinturas, poseía un talento sin igual para el arte del pincel. Sin embargo, su reputación de codicioso le precedía y muchos lo juzgaban por ello.
En cierta ocasión, una Geisha se acercó a él y le solicitó que la retratara. Curioso por saber cuánto estaría dispuesta a pagar por el retrato, Gessen le hizo la pregunta. La Geisha, sabiendo el renombre del monje, respondió con determinación: «Lo que sea necesario». Movido por sus palabras, Gessen se embarcó en la creación del retrato con una técnica y calidad de dibujo excepcionales.
Sin embargo, al ver el resultado final, la Geisha se sintió decepcionada. Según ella, Gessen solo había tenido en mente el dinero y esa codicia había corrompido su obra. ¿Cómo podía exponer un cuadro que reflejaba la mentalidad egoísta de su creador?
Pasaron muchos años hasta que alguien descubrió la verdadera razón detrás de la supuesta avaricia del monje. Resultó que la provincia donde Gessen residía estaba sufriendo una terrible hambruna y los ricos parecían no interesarse por ayudar a los necesitados. En secreto, Gessen había construido graneros, los cuales estaban llenos para aliviar las penurias del hambre.
Este gesto altruista pasó desapercibido para todos, ya que nadie sabía quién era el benefactor anónimo de la provincia. Además, la carretera que conectaba la aldea con la ciudad se encontraba en pésimas condiciones, lo que impedía a los enfermos y personas de avanzada edad transitar por ella. Sin pensarlo dos veces, Gessen se encargó de reparar la carretera, asegurándose de que nadie más sufriera debido a su mal estado.
Siempre había sido el sueño del maestro de Gessen construir un templo dedicado a la meditación, pero desafortunadamente no pudo hacerlo en vida. Como muestra de gratitud hacia su difunto maestro, Gessen decidió cumplir con su anhelo y levantó el templo en su honor.
Una vez que completó estos proyectos, Gessen tomó la decisión de retirarse del mundo y encontrar refugio en las montañas. Desde entonces, nunca más volvió a pintar. Esta historia nos demuestra que, al igual que la Geisha, a menudo juzgamos las intenciones de los demás sin conocerlas en realidad. Nos invita a ser justos y comprensivos con nuestros semejantes, reconociendo que las apariencias pueden engañar y que todos tenemos nuestras razones y motivaciones detrás de nuestras acciones.