El encuentro entre el León y la Grulla

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Un Bodhisattva nació en la región de Himavanta como una ave blanca; en aquellos tiempos Brahmadatta gobernaba en Benarés. Sucedió que, mientras un rey de la selva se alimentaba de carne, un hueso se le quedó atascado en la garganta. La garganta se le inflamó y fue incapaz de comer cualquier cosa; sufría un enorme dolor. Una ave que descansaba en un árbol en busca de alimento, al verlo, le preguntó:

—¿Qué te sucede, amigo? El rey de la selva le explicó lo que le ocurría. —Puedo liberarte de ese hueso, amigo, pero no me atrevo a ingresar en tu boca por temor a que me devores. —No tengas miedo. Si me salvas la vida, no te haré daño alguno.

—Muy bien —dijo la grulla—, y logró que el rey de la selva se acostara sobre su costado izquierdo. Sin embargo, en su mente pensaba: No sé qué hará, por lo que colocó un pequeño palo entre sus mandíbulas para que el león no pudiera cerrar la boca, introdujo su cabeza en el interior de la garganta y golpeó uno de los extremos del hueso con su pico, logrando que se desprendiera.

Tan pronto como el hueso cayó, el ave salió de la boca del león, golpeó el palo con su pico para liberarlo y se posó en una rama. El rey de la selva se recuperó rápidamente y poco después se encontraba devorando a un búfalo que había cazado. En ese momento, el ave, pensando voy a probar su gratitud, se posó en una rama cercana y le recitó el siguiente verso: ¡Rey de las Bestias! ¡Su Majestad! Un servicio le hemos brindado y nos debe escuchar. ¿Qué obtendremos a cambio?

En respuesta, el rey de la selva recitó el segundo verso: Has estado entre mis dientes, aunque siempre busco presas. Se contenta con seguir con vida, a pesar de mis malvadas costumbres. Entonces, el ave replicó con otros dos versos: Incapaz de retribuir el bien pasado. Es un vil desagradecido. Debería haberlo imaginado. Con mi evidente buena acción, no he ganado su amistad. Es mejor que me vaya, sin poner en riesgo mi seguridad.

Dicho esto, el ave emprendió su vuelo. Y cuando el Gran Maestro, el Buda Gautama, narraba esta historia, solía agregar: Porque en aquel momento, el rey de la selva era Devadatta, el Traidor, y el ave blanca era yo mismo, comprendiendo la vida misma y la naturaleza cruel y traicionera de algunos seres.